A veces, la verdadera dimensión de un jugador se revela en su ausencia. El empate frente a Racing de Córdoba dejó al descubierto lo que Matías García viene aportando, en silencio pero con consistencia, al funcionamiento de San Martín. Sin su presencia en el mediocampo, el equipo de Ariel Martos perdió parte del orden, la pausa y el equilibrio que suele marcar. No fue una mala actuación en su totalidad, pero sí una en la que se notó que faltaba ese engranaje que conecta, sostiene y equilibra.
Durante los 90 minutos frente a la “Academia” cordobesa, el equipo nunca logró afirmarse en la mitad de la cancha. Y no fue casualidad. Sin García como ancla, San Martín se mostró partido, vulnerable y con escasa capacidad de reacción ante los avances rivales. Jesús Soraire, con intenciones creativas más que de contención, no logró asumir ese rol. Y Gustavo Abregú, que suele destacarse cuando tiene a García al lado, terminó sobrepasado por las transiciones del visitante. Para colmo, la expulsión de Gabriel Hachen agravó el panorama y dejó al “Santo” sin herramientas para revertir el desarrollo del juego.
Lo llamativo es que este vacío en la mitad de la cancha no fue una sorpresa: algo similar ya había ocurrido el año pasado, en la final contra Aldosivi. En aquel duelo decisivo en Rosario, García también estuvo ausente del “11” inicial por decisión de Diego Flores, y San Martín lo pagó caro: el equipo fue superado en el medio, Abregú quedó expuesto sin su socio habitual, y el rival impuso condiciones desde el primer tiempo. Esa derrota dejó secuelas deportivas, pero también una enseñanza que ahora se repite: sin García, el equilibrio se desmorona.
Martos lo reconoció implícitamente con sus decisiones anteriores: cuando el equipo quiere sostenerse, el “5” es insustituible. Porque sin hacer ruido ni buscar luces, García es equilibrio puro. Un volante que comprende el juego, se posiciona con inteligencia y organiza el tránsito del equipo desde la base. “Trato de aportarle al equipo un equilibrio entre los defensores y los delanteros”, dijo alguna vez el ex Güemes de Santiago del Estero. Y no exageraba.
Sus estadísticas hasta aquí son tan silenciosas como consistentes. Jugó 14 partidos, todos como titular, con un promedio de 82 minutos por encuentro, totalizando 1.233 minutos en cancha. Aunque no aportó goles ni tiene asistencias, su aporte se mide en otro lado: en los 8,4 balones recuperados por partido, en los 1,7 despejes por encuentro, y en una precisión del 84% en sus pases, con 22,5 entregas correctas por juego.
Ese orden no fue reemplazado el sábado. Soraire intentó, pero terminó sin peso defensivo; Abregú quedó aislado; y Racing encontró grietas por todos los sectores. Es ahí donde se notó cuánto influye García, incluso en lo que no se ve.
A nivel defensivo, su capacidad de lectura es clave. Aunque fue regateado 2,1 veces por partido y cometió errores que derivaron en nueve remates rivales, su nivel de recuperación siempre lo posiciona como uno de los jugadores más confiables. Sus 5,5 duelos ganados por encuentro y sus 0,5 regates con éxito muestran que, incluso en lo ofensivo, García aporta soluciones.
En este 4-3-3 de Martos que prioriza intensidad, presión alta y recuperación inmediata, la figura de García parece ser fundamental. Sin él, la estructura pierde solidez. Sin él, el doble “5” se transforma en una moneda al aire. El ejemplo más claro está en lo que pasa cuando juega: San Martín gana equilibrio, transiciones más limpias y presencia en la segunda pelota.
Un regreso positivo para Martos
En su ausencia contra Racing, San Martín lo extrañó como se extraña un faro en medio de la niebla. Y el resultado fue un equipo desorientado, sin contención ni equilibrio. Por eso, el regreso de “Nacho” contra Quilmes no es solo una buena noticia: es una necesidad urgente. Porque sin su brújula, el “Santo” pierde norte. Y si Martos quiere volver a ganar desde el control y el orden, sabe que todo empieza por ahí: por recuperar al “5” silencioso, que juega sin flashes, pero sostiene al equipo como pocos.